viernes, 9 de septiembre de 2016

Un orden para nuestro caos


Quiero salir, tomarme una cerveza y las que caigan y  reír, sobre todo reír. Llegar a casa quitarme la ropa y ponerme unas bragas cómodas, sin más, ni bonitas ni sexis, cómodas y feas. Poner música a todo trapo y bailar sola, bailar sí, porque aunque fuera sea del género torpe en casa puedo ser lo que quiera. Y cantar, cantar hasta que me escuchen los vecinos. 
Ver una peli y beberme otra cerveza, sola, sin considerarme una alcohólica. Apagar el mundo y meterme en la cama. 

También quiero que estés, que tus cosas ya no se distingan de las mías, que compartamos el orden de nuestro caos. Que estés, cuando llegue, enfrascado en tus pensamientos o que vengas horas después con las copas de menos o más, que me beses con cuidado para no despertarme y te gires para encontrar tu posición cómoda de dormir. O que me despiertes y nos follemos con ganas. 

Quiero salir contigo y sin ti, que tú hagas tu vida y que yo haga la mía. Compartir nuestras ilusiones y verte vibrar con lo que te gusta, que escuches mis historias y me propongas aventuras nuevas, que me dejes hacerte fotos y así guardar para mi memoria ese instante que ha sido nuestro. 
Tener proyectos juntos y divagar acerca de la vida, sin ningún tipo de propósito. Probar nuevas recetas y seguir cultivando las viejas, cocinar contigo y seguir pidiendo chino. 

También quiero viajar sola y, sobre todo, viajar contigo, descubrir contigo, compartir contigo y crecer y no hablo de la edad. 

Y sí, lo sé, sé que tengo muchos sueños y ambiciones, pero tú eres ya mi realidad. 


jueves, 5 de mayo de 2016

Consumiendo el tiempo

Tic tac
El tiempo pasa inexorablemente.
En un rincón de la habitación hay un corazón congelado.
Ya ni siquiera te reconoces.
Tic tac
Un desconocido no deja de llamar a tu puerta. 
No abres, todas las tareas están relegadas a un segundo plano.
Tic tac
Los sueños atrasados, no puedes quedarte dormida.
Tic tac 
Se acerca el día de tu muerte, es hora de despertar.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Microcuento de Soledad.

Todas las mañanas repite el proceso. Hace café, 
pone dos tazas en la mesa y lo sirve con mimo.
Dos cucharadas de azúcar para mí, una para ti. 
El segundo café siempre se va por el sumidero. 
Hace meses que el vacío ocupa la silla de enfrente y el lado derecho de la cama.

Segundo final:

Hay una ristra infinita de segundos cafés apilados encima de la encimera,
 por los muebles, incluso volcados en el suelo. 
No ha habido nadie desde hace meses que quisiera ese segundo café.
 El vacío no existe en esa casa, en su lugar, 
un conjunto de ausencias ocupa la silla de enfrente y el lado derecho de la cama. 

domingo, 10 de mayo de 2015

Traición

Parece un ónice lascado, el negro de su piel sigue brillando a pesar de que no hay a penas luz en la sala. Lo lleva recogido entre las manos, arrodillada, lo deposita a sus pies.

El cabello largo y oscuro le sirve de cortina. Tiene los ojos cerrados y los labios entreabiertos, aprieta los dientes intentando controlar lo único que le queda, su apariencia. 

Ha ido a esperar el veredicto,  su sentencia de muerte. La única artífice de su condena, ella misma, la única traición, la propia.

¿Qué me has traído?- Su voz fría corta como el hierro afilado y la piedra comienza a resquebrajarse inundando la sala de un hedor nauseabundo.

Los ojos de ella se alzan, amarillos, rasgados, desafiantes. La piel de su rostro veteada por las grietas de su infierno interno, sus labios un lirio violáceo.

Carbón que pudo ser diamante y del que ahora sólo queda azufre. Te traigo una traición de mil nombres que sólo responde a uno. Te traigo… mi corazón.

En las cavernas los juicios solían ser rápidos, pero los ecos de aquellos instantes siguen aún hoy resonando en el laberinto de los pasadizos. Se dice que, en algunas zonas, el olor a azufre es tan intenso que se hace insoportable y que fue ese día en el que uno de los ojos grises del juez se volvió de oro.

Nosotros somos los artífices de nuestras peores traiciones.


martes, 7 de abril de 2015

Infinita

No soy inmortal,
soy infinita. 
Una y todo a la vez, 
la parte que completa el círculo. 
La puerta de entrada y salida a otro universo
que no deja de ser parte de éste.
Soy minúscula y ninguna de mis acciones es insignificante mientras nos expandimos en ondas concéntricas.
Soy eterna porque me he roto y he cambiado de papel. 
Infinita porque sigo amando.



Guerra interna

Lleva la cabeza cubierta, 
su cara es una máscara.
Y aún así se percibe el golpear de la sangre en su sien
como un rítmico tambor.
Quiere que el mundo termine hoy
su sed sólo se calma con venganza.
Tiene la ira agarrotada al final de la garganta 
y la lengua acostumbrada al sabor de la sangre. 
Miles de voces corean al invicto, enturbiando sus tímpanos.
Pero no hay multitud en el anfiteatro, 
está solo y es derribado
mientras la arena toma para sí su cuerpo. 

viernes, 27 de febrero de 2015

Barba Azul

Hubo un tiempo en el que Barbazul tenía otro nombre que hoy en día ni el mismo recuerda. 

Los cabellos dorados y la fuerza del sol en su corazón. Amaba la soledad, pura, perfecta, inalterable si no era el quien la perturbaba. Le gustaba manejar todos los hilos a su antojo, le hacía sentir poderoso. 

Un día previo aviso, el mar lanzó a la puerta de su faro un cuerpo de mujer. Una sirena que le desordenó la vida. Y fueron felices o, al menos, algo parecido. Ella iba colonizando con sus cosas la casa; del cepillo de dientes al sujetador, de la ropa interior a sus libros y cuadernos.

La casa de Barbazul ya no era sólo suya, le hizo espacio a sus cosas. No podía llamarlo compartir, sentía lo que antes había sido extranjero como suyo propio. Recogía con mimo los bolígrafos que ella dejaba en la mesa del desayuno, los miles de libros a medias en la mesilla. Ponía orden, a su manera.

El día en que ella desapareció sin dejar rastro, los muros del faro perdieron metros, las ventanas no dejaron pasar la luz, ni siquiera el aire entró por los ojos de buey. Las flores del huerto de atrás se secaron, los tomates y lechugas se infestaron de hormigas, lombrices y gusanos. 

Al cabello rubio de Barbazul le llegó el invierno de un día para otro. Ni los espejos le reconocían. Quiso ahogar el vacío de su pecho, pero el mar no acabó con su sufrimiento. Las olas le cincelaron arrugas en la cara, las mareas le tiñeron la barba y el cabello del color de la tristeza, pero no consiguieron llenar la ausencia que le acosaba.

Volvió a su faro y lleno de ira y frustración recogió lo que quedaba de la mentira en la que se había convertido su vida. Subió la escalera de caracol cargado con las cosas de ella y las guardó en la última habitación. Pensó en tirarlas pero cuando las vio entre sus brazos le pareció ver aún su reflejo. La habitación estaba vacía, los muros de piedra desprendían frío, aunque no tanto como su helado corazón.

Cogió unas maderas blancas varadas en la costa y con sus manos construyó una estantería, maderas de mar para su sirena. Pasó días midiendo, cortando, lijando, puliendo, terminando de gastar el amor que le quedaba preso. Cuando la tuvo terminada colocó los restos de su vida pasada en ella. Lo hizo con dolor y con tanto cariño que al mirar su obra vio a todos sus fantasmas. 

Barbazul le impidió la puerta al pasado con una cerradura de plata y una puerta de madera. Volvió a vivir en su casa en la que ahora habitaban agujeros negros, marcando el vacío de lo que una vez estuvo allí.
El agujero negro del lado derecho de la cama, el del cubilete del cepillo de dientes, el del cajón de su ropa, el del jarrón de las flores, el de su desorden. Aunque el agujero negro más grande era Barbazul que proyectaba una sombra oscura a su alrededor. Su tristeza se tornó en rabia y malhumor, las gaviotas huyeron con sus nidos del faro, y la marea dejó de llamar a su puerta. 

Barbazul empezó a encontrar un siniestro placer en la conquista de corazones que después rompía. Se encariñaba unos días, las agasajaba y ellas le regalaban pedazos de su vida que iban directos a la habitación del final de la escalera de caracol. Nada quedaba dentro de Barbazul. 
Pronto llegó a poseer un verdadero salón de muertos, lleno de fantasmas. 

El tiempo ha pasado pero él aún sigue recolectando recuerdos a ver, si con suerte, alguno de ellos le encaja.